Intermitente (II)
Me sigo sintiendo en la barca en la que me describí hace semanas, viendo el egoísmo de la gente, la indiferencia, sintiendo a todo el mundo lejano a mí, y aunque sé que hay gente que está, que me mira, que me siente presente, no puedo evitar sentir frío con todos y con todo. No puedo evitar sentir un vacío en el pecho cada vez que me miro al espejo y se desdibuja la imagen que tengo en mi mente con la que se refleja. No soy yo.
Siento mi vida como una paradoja. Estoy pero no estoy.
Muchas veces me siento mera espectadora de mis acciones, desde dentro de mi cabeza observo, siento, grito, me lamento y por mucho que intente reaccionar no puedo, no siento la suficiente fuerza para levantar la comisura de los labios para regalarle sonrisas a la gente, cuando no me la puedo regalar a mi misma. Estoy pero no estoy. Ausente. Intermitente.
Desde hace un par de noches, cuando la oscuridad y el silencio me engullen, espero escuchar el latido de mi corazón pero no obtengo respuesta. Entonces pienso en qué siento y no siento nada. ¿Por qué? ¿Por qué apenas siento el dolor?
Cuando se está apagando la luz recurro a apagarme aun más rápido. Ha sido así estos meses pasados. Me siento o me tumbo. Y como un torrente de agua que rompe una presa deteriorada y arrasada con todo salen las palabras que me callo, los abrazos contenidos, las ganas de gritar, las dudas, el miedo.
Temo estar decepcionando constantemente a todo el mundo; el hecho de sentir que hago daño a algunas personas por no tener las ganas que tenía antes de hacer cosas, como por ejemplo de reír con los pequeños momentos del día a día. Temo que se cansen de esperar a que vuelvan a brotar tallos de rosas en mis mejillas. Pero lo que más temo sobre todo es no saber volver a encender la luz en este estado intermitente en el que me encuentro y apagarme del todo.
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