Olvido
Abrí la puerta y entré lentamente en la habitación.
Esmeralda estaba sentada mirando por la ventana a un punto fijo, con la
mirada perdida, como lo estaban sus recuerdos. Dejé el portátil y la grabadora
sobre la mesa me acerqué donde estaba la anciana. Le puse una mano sobre el
hombro y ella ni se inmutó. Quizás estaría evocando algún viejo amor de tiempos
pasados. Le tuve que hablar.
-
Esmeralda, ¿qué tal el día? ¿Ha visto que sol
más radiante?
-
¿Han arreglado ya mi vestido de novia?-
Preguntó.
Me la quedé mirando
con un nudo de lágrimas en la garganta y tuve que hacer fuerza para que no
saliera. Cada día me preguntaba una cosa distinta. Algo que yo no sabía
porque no había conocido, porque no
pertenecía al presente. Suspiré. El vestido de novia. Supuse que era ese blanco
que llevaba en la foto que hay en el mueble de la entrada.
Me senté en la silla
y encendí el ordenador. Esmeralda se dio la vuelta y me miró, aunque no sé si me
estaba viendo a mí o a la niña rubia con flequillo que había sido antaño.
-
Me resultas familiar, ¿quién eres?
-
¿No me recuerda? Vengo aquí todos los viernes.
Soy escritora y me dijeron que usted podía contarme historias de la
posguerra para mi libro.
-
¿Franco ha muerto?
No pude evitar reír unos segundos y mientras preparaba la grabadora le
contesté:
-
Hace unos años.
-
Vaya- contestó mientras se daba la vuelta para
mirar otra vez por la ventana.
-
¿Por dónde íbamos?- Encendí la grabadora y coloqué
mis dedos sobre el teclado.
-
¿Sabes que bombardearon Torrevieja durante la
Guerra Civil? Era muy pequeña pero me acuerdo. El sonido era parecido al de los
petardos durante las fiestas pero más fuerte. Todo retumbaba y parecía que la
tierra se iba romper. Mi padre salió del campo corriendo y vino donde estábamos
mis hermanos y yo, recogiendo la uva. Antes había vides cerca de las
salinas. ¿Siguen habiendo?
-
Quedan rastros pero no se cultiva.
-
Lástima.
Calló de repente y empezó a juguetear con los dedos de sus manos. Me quedaba fascinada
cuando la escuchaba hablar con tanta fluidez sobre el pasado sabiendo que le
suponía un reto decir en qué día se encontraba.
-
Uno de los aviones cayó cerca de las salinas-
continuó-. Mi marido siempre me lo cuenta. Ay mi José, que pasturaba las
cabras. Le pilló casi al lado. El aparato se incendió y una de sus cabras se
quemó por curiosa. ¿Ha venido hoy a verme? No lo sé. No me acuerdo.
Su marido había muerto unos años atrás aunque
eso ella no lo recordaba pero supuse que era
algo bueno. Me dijeron que lo había pasado muy mal.
-
Las salinas. Siempre llevaba a mi hija allí y a
veces nos bañábamos.
-
Mi abuela también me llevaba.
-
¿De quién eres nieta?
Me puse nerviosa y empecé a escribir cosas sin sentido a toda prisa.
-
No era de aquí. Murió hace unos meses- Y en cierto
modo así era.
-
Gracias a los forasteros este pueblo ha crecido.
Antes eran cuatro calles. Mi hija se hizo novia de un vasco. ¡Fíjate si
era de lejos! Válgame el señor.
-
¿Y su hija tiene hijos?
-
No lo sé. Creo que no. No me acuerdo… Pero puede
ser; A ella siempre le han gustado mucho los niños. De pequeña decía que si
tenía una hija le iba a poner Esmeralda. Como yo.
La anciana no le dio importancia pero a mí algo me oprimía el pecho y no me dejaba
casi respirar. Guardé todo lo que había escrito en mis documentos y apagué la
grabadora. Por hoy había sido suficiente.
-
Lo dejamos por hoy, ¿vale? Tengo que estudiar.
-
Otro día te tengo que contar la historia de las
zanahorias que robé- dijo ella con la mirada fija en la calle.
-
¿Qué zanahorias?- Le pregunté.
-
Tú solo recuérdamelo.
El verbo recordar era un verbo que ahora para ella estaba ligado al de
olvidar y que no sabía cómo conjugarlo en presente, así que solo lo hacía en
pasado. Y ahí estaba yo para recopilar en mis escritos su pasado, en imperfecto
y en perfecto y para ayudarla a construir un presente del que no se acordaba y en
el que yo conjugaba las últimas personas del tiempo.
Me acerqué a Esmeralda, quien se había pegado al cristal viendo cómo
pasaban los coches a gran velocidad. No se había acostumbrado a la vida del siglo
XXI y todo le daba miedo o le parecía maravilloso, depende del día. Cuando me
estaba inclinando para besarle su cabellera blanca alguien tocó la puerta. Me
incorporé de un salto. Una mujer entró por la puerta con una bandeja con comida
y un vaso de agua.
-
Es la enfermera. Me da de comer. Creo. No estoy
segura.
Metí el ordenador y la grabadora en la mochila y antes de salir de la
habitación Esmeralda dijo:
-Niña.
Me di la vuelta a toda prisa, con un brillo de esperanza en la mirada y
en el corazón.
-¿Quién eres?- Preguntó ella.
Me temblaron las piernas y tuve
que hacer un esfuerzo para que lo que llevaba en las manos no se me cayera.
Agaché la cabeza y, sin contestar, salí por la puerta. Esmeralda volvió a mirar
al infinito, buscando en su propio pasado las respuestas a sus preguntas. La enfermera se quedó en el portal de la
puerta y me miraba mientras me alejaba por el pasillo.
-
Esmeralda, te he dejado tortilla para cenar. No
llores.
Me sequé las
lágrimas al mismo tiempo que pasaba por delante del retrato de mi abuela
vestida de novia y cerré dando un portazo.
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