Hoy no quiero ser valiente; quiero ser libre

Cerca de mi pueblo hay un paraje natural por el que la gente suele hacer actividades de deporte.
He ido muchas veces con mi familia, con mis amigos, con mi novio, e incluso yo sola. He de decir que es un sitio al que me gusta ir, donde puedo respirar tranquilamente y cerrar los ojos. Pero hace un tiempo que ese lugar ya no es paz ni tranquilidad.
Una tarde de verano una amiga y yo estábamos aburridas en casa y decidimos calzarnos los deportivos y salir a andar, como habíamos hecho otras veces.Salimos temprano en una hora que no hiciera mucho calor pero procurando que no fuera muy tarde para no volver de noche.
Conforme nos alejamos del pueblo aun quedan casas a las afueras pero en un momento el camino deja de estar asfaltado y empieza a ser de tierra y los laterales se cubren de matorrales. Aquel día, cuando llegamos al borde del agua, donde hay un trozo de tierra que divide la laguna en dos, nos dimos cuenta de que no habíamos sido las únicas que habían decidido pasar la tarde en la naturaleza: había un par de familias que estaban pasando allí la tarde, bicicletas aparcadas en un lado del camino, un par de niños corriendo. No era lo normal porque la mayoría de las veces que vamos no suele haber nadie.
Cuando el sol comenzó a ponerse decidimos que era hora de volver y volvimos a coger el camino de tierra. Después de estar unos minutos andando por el camino percibimos que un coche venía detrás de nosotras. En un primer momento no le di ni importancia, otras veces habíamos visto a la gente que cogía aquel camino para llegar a sus terrenos del campo. Pero todo cambió cuando percibí que mi amiga apretaba el teléfono contra su pecho y aceleraba el paso. El coche había comenzado a ir más lento y se acercaba a nosotras pero siguió de largo y nosotras nos detuvimos en seco sin saber muy bien qué hacer.
El coche era una furgoneta en la que iban dos hombres. Pararon casi a nuestro lado sin detener el vehículo y nos miraron. No sé ni si quiera si nos dijeron algo. En aquel momento todo era muy confuso.
Perdimos a la furgoneta de vista al fondo del camino pero segundos después la volvimos a ver. Había dado la vuelta y venía de nuevo hacia nosotras, otra vez con una velocidad lenta. Ahí saltaron todas las alarmas.
Empezamos a correr.
No podía pensar en ese momento pero mis piernas se movían solas. Estaba cansada pero solo podía correr. Mi amiga llamó al número de emergencias y le explicó la situación mientras el coche se acercaba más a nosotras. No habíamos andado tanto desde la laguna hasta donde estábamos pero por más que corríamos yo no alcanzaba a ver el final, a ver donde antes había tanta gente para poder estar más tranquila y sentirme segura.
El coche volvió a pasar por nuestro lado y casi se paró. Nosotras seguíamos corriendo pero por mucho que corriéramos el coche nos alcanzaría finalmente. Seguía sin poder pensar con claridad. Fue una situación de pánico horrible.
La furgoneta siguió de largo, aunque seguía circulando lentamente, pero nosotras seguimos corriendo y a los pocos minutos el padre de mi amiga nos recogió en su coche. Cuando me senté en el asiento trasero me quedé en shock por lo que había pasado. Me dejaron en la puerta de casa y bajé del coche casi corriendo para llegar al portal y entrar.
Cuando se lo conté a mis padres mi madre me dijo que no teníamos que haber ido por ahí nosotras solas, que podíamos haber hecho otra cosa o haber ido a otro lugar.
Subí a mi cuarto y me senté en la cama y entre los temblores que aun tenía y el shock casi no me había dado cuenta de que había empezado a llorar por la rabia, la impotencia, y todas las emociones que antes no había sido capaz de sacar.  No entendía muy bien cómo ni por qué había pasado aquello ni por qué la culpa era mía de haber hecho algo que había hecho tantas veces y que me gusta tanto.
He tenido que escribir esto porque no podía concentrarme después de ver las últimas noticias. Lo escribo como un testimonio o ejemplo más porque desgraciadamente nos ha pasado algo a todas. No sé si aquella tarde mi amiga y yo tuvimos mucha suerte. Tampoco sé si podría haber pasado algo, si hoy estaría yo aquí contando esto. 
No tenemos que dejar de hacer algo por tener miedo ni es justo que se nos culpabilice por andar solas de noche, por sitios solitarios, por intentar actuar libremente como todos. No se trata de que tengamos que salir a la calle con más cuidado ni de tener que ser más valientes, ni de no vestirnos de determinada manera.  El problema no es nuestro. Es de quien cree tener poder sobre mi cuerpo y mi persona.

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