Por un puñado de versos

No debo ser muy buena escritora cuando un torbellino de emociones me recorre por dentro y no sé plasmarlo con palabras. Borro una y otra vez porque  lo que escribo no define realmente el sentimiento. Ni siquiera sé lo que es. ¿Nostalgia? ¿Melancolía? ¿Letras sueltas a su antojo que no encuentran la forma de formar una oración?
  Se me llena la memoria de recuerdos, de momentos y de personas  y  en la garganta se me instala un nudo de lágrimas que lleva tu nombre y algo me oprime el pecho y no me deja respirar y es que el aire que respiro parece plomo que me aturde los pulmones y  no me deja apenas retenerlo.
  En la mano tengo un puñado de rimas sueltas, un puñado de versos, un puñado de besos, los que nunca te di, me diste o nos dimos. Yo que sé. Ya ni me importa. Porque las agujas del reloj han dejado de clavarse en mí cada que vez que el segundo acechaba al minuto. Y es que eras inevitable, o lo eres, no lo sé. Ni me importa.  
   Y yo te sigo evocando en mi prosa, buscándote en mis reflexiones, echándote de menos en mis pensamientos pero ya nada es igual porque tú le dabas color a mis escritos, ahora están grises y sin sentido. Y estabas lleno de sonetos, de romances, de tercetos, de liras, de églogas y de odas. Y es que eras poesía, o lo eres. Qué más da.  Y los versos de tu boca, de tus labios, tus palabras, tus lamentos, tus deseos, tus hastíos, se los llevó el viento con las rimas consonantes y asonantes.
  Yo no sé qué te daría por un puñado de versos de tu puño y letra, de tu boca, de la mía, de la nuestra. 
Fotografía de Iván Calderón

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