Intermitente
Mi estado de ánimo es como el tiempo. Unos días hace mucho sol y otros salen nubes y llueve intensamente.
Unos días me pican los rayos de sol en la frente y en la comisura de los labios y río a carcajadas y otros días no puedo ver de las gotas que empañan los cristales de la ventana y de mis ojos.
Ya ves, unos días dolor y otros gloria. Unos estoy y otros no.
Mis días preferidos son los de otoño cuando se va el calor sofocante y el viento tímido me acaricia lentamente el rostro.
Hoy es un día intermitente. Ha llovido esta mañana y ahora hace sol. Aun quedan nubes y no sé si se irán o se quedarán más tiempo. Igual esta noche vuelve a llover. Quién sabe.
Hay días con tormentas entre ceja y ceja, huracanes en mi mirada y remolinos en la lengua. Y es entonces cuando la tormenta pasa a la garganta y hace que te ahogues y no pase el aire.
No pasa.
No pasa.
Hay un tapón que han formado las nubes, las palabras, los recuerdos y las personas. Y antes de ahogarme las lágrimas se precipitan por mis párpados cansados de esta monotonía y durante un rato riegan campos y desiertos donde antes te curaban con besos que hacían crecer amapolas.
Cuando consigues deshacer el nudo suspiras. Y consigues respirar.
Aire frío en los pulmones y en todo el pecho que se me contrae porque no tengo calor. Se contrae porque echa de menos brazos y hombros sobre los que apoyarse. Con la mirada perdida en el techo, blanco de día y negro de noche, espero a que se pase. Se pasará y dejará de clavarme los rayos de las nubes en el pecho y a sonarme los truenos en la cabeza.
De repente un viento me barre por dentro, entra fuerte e intenso y se lo lleva todo. Duele pero el dolor es agradable porque después consigo ver luz. Duele pero solo así se irán las nubes y los días grises.
Parece que se ha pasado la tormenta y me siento al sol, con tranquilidad, la mente en blanco, sin saber cuándo vendrá de nuevo.
Unos días me pican los rayos de sol en la frente y en la comisura de los labios y río a carcajadas y otros días no puedo ver de las gotas que empañan los cristales de la ventana y de mis ojos.
Ya ves, unos días dolor y otros gloria. Unos estoy y otros no.
Mis días preferidos son los de otoño cuando se va el calor sofocante y el viento tímido me acaricia lentamente el rostro.
Hoy es un día intermitente. Ha llovido esta mañana y ahora hace sol. Aun quedan nubes y no sé si se irán o se quedarán más tiempo. Igual esta noche vuelve a llover. Quién sabe.
Hay días con tormentas entre ceja y ceja, huracanes en mi mirada y remolinos en la lengua. Y es entonces cuando la tormenta pasa a la garganta y hace que te ahogues y no pase el aire.
No pasa.
No pasa.
Hay un tapón que han formado las nubes, las palabras, los recuerdos y las personas. Y antes de ahogarme las lágrimas se precipitan por mis párpados cansados de esta monotonía y durante un rato riegan campos y desiertos donde antes te curaban con besos que hacían crecer amapolas.
Cuando consigues deshacer el nudo suspiras. Y consigues respirar.
Aire frío en los pulmones y en todo el pecho que se me contrae porque no tengo calor. Se contrae porque echa de menos brazos y hombros sobre los que apoyarse. Con la mirada perdida en el techo, blanco de día y negro de noche, espero a que se pase. Se pasará y dejará de clavarme los rayos de las nubes en el pecho y a sonarme los truenos en la cabeza.
De repente un viento me barre por dentro, entra fuerte e intenso y se lo lleva todo. Duele pero el dolor es agradable porque después consigo ver luz. Duele pero solo así se irán las nubes y los días grises.
Parece que se ha pasado la tormenta y me siento al sol, con tranquilidad, la mente en blanco, sin saber cuándo vendrá de nuevo.
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