Hace seis meses
Hace seis meses cogí una maleta y varias cajas con mis cosas y me fui a otra ciudad, a unos 300 kilómetros de mi casa. Lejos de todo lo que una chica de 18 años conoce porque no ha estado más de una semana fuera de su casa, sin abrazar a sus padres, sin pelearse con su hermano, sin ir a visitar a sus abuelos a casa, sin reír hasta las tantas con sus amigos.
Hace seis meses no sabía nada de la vida. Ahora tampoco pero vamos tirando. Hace seis meses me llené la cabeza de pájaros, me líe la manta a la cabeza y me dije a mi misma que todo iría bien.
No sabía que aunque intentara autoconvencerme los días no pasarían tan rápido como quería y nunca he llorado tanto como el primer mes que estuve separada de todo lo que conocía hasta entonces.
Crees ser valiente por irte fuera de casa al empezar la universidad, y en parte lo eres porque has conseguido dar el paso: una vez que te empujan al vacío ya no hay vuelta atrás. Y de repente estás en Granada, empezando una carrera, preguntándote todo el tiempo si has hecho bien, si te has ido muy lejos, preguntándote qué hubiera pasado si te hubieras quedado más cerca. Pero todas las preguntas que te haces son en vano porque ya no puedes hacer nada y vivirás siempre con la duda y el paso del tiempo me dirá si me equivoqué en la decisión que tomé aquel día.
Hace seis meses era un cría con muchos sueños y muchas ideas en la cabeza, insegura, con miedo. Hoy sigo siendo esa cría con los mismos sueños y las mismas ideas, igual de insegura pero con menos miedo.
Hace seis meses me topé con la realidad que derivó de mis actos y me di cuenta que estaba sola y las castañas me las tenía que sacar yo del fuego. Granada tiene mucha Historia y yo tenía que empezar a tejer la mía.
Llegué a Granada un sábado 9 de septiembre. Había dormido una hora y media aquella noche y cuando llegué a la gran ciudad no encontraba nada en mi interior. Estaba vacía. Me sentía como si me lo hubieran arrancado todo y me echaba la culpa de muchas cosas. Cuando me instalé en mi nueva habitación me tumbé en la cama y empecé a llorar abrazada a una prenda que me traía demasiados recuerdos de una persona. Y no sabía que se podía llorar tanto por alguien a quien ese mes iba a echar tantísimo de menos. Y lloré. Y me quedé durmiendo.
Mis padres se fueron al día siguiente por la tarde, domingo 10, y los abracé como si no los fuera a ver en mucho tiempo, y era solo un mes. Me asomé al balcón del séptimo para despedirme de ellos y seguí el coche con la mirada mientras se alejaba por las calles granadinas. Me abracé a Jesús y empecé a llorar otra vez. Septiembre fue terrible. Llovió poco pero mis ojos no lo veían igual.
Cada uno se toma las cosas a su manera. Yo me encerré en mí misma. No tenía ganas de nada y pensaba que nadie me comprendía. No sé si hice bien o mal. Tampoco sabía hacer otra cosa. Granada era una ciudad muy grande y a mí me daba vértigo. Poco a poco me hicieron ver que la caída no duele tanto si tienes un hombro en el que llorar, si te sacan sonrisas, si te dan conversación, si te hacen olvidarte un momento de esa oscuridad tan negra en la que creías estar.
Hace seis meses Jesús y yo deslizamos un papel por la puerta del 7ºC para decirle Bárbara que por qué no salía a dar una vuelta con nosotros. Desde hace seis meses Bárbara vive casi en nuestro piso, siempre está allí y, no se lo digáis, pero a mí me encanta verla por allí todos los días. Siempre tiene una sonrisa para regalarte y un abrazo, que siempre viene bien. Y ganas de hablar, muuuuchas ganas de hablar de todo. Y yo en mi silla del escritorio y ella en la silla que hay al lado y ya nos podemos pasar así toda la tarde; yo haciendo que estudio, ella que mira por la ventana, y entre medias intentamos arreglar el país. Gracias Bárbara.
Hace seis meses Jesús y yo conocimos a Adrián y a Jose, nuestros compañeros de piso. Un poco cabrones, todo se diga, porque un día de esto me dará un infarto de tanto susto que me dan pero los tengo que querer porque, aunque seamos un poco desastres la mayor parte del tiempo en todo, funcionamos bien y nos llevamos bien que es lo importante.
Hace seis meses conocí en la universidad a mucha gente maravillosa, y me alegro muchísimo por ello. No soy un ser sociable al principio pero cuando me dan confianza lo soy demasiado. Alejandra me dijo que al principio parecía un poco antipática. Yo. Cualquiera lo diría. Tengo la suerte de tener un grupo de amigas la mar de majas todas ellas: las risas con Andrea a todas horas y sus conversaciones sobre motos con María C, los "ya viene Alicia con el café" por las mañanas, los ratos que me paso en clase viendo como Lory, Luna y María R dibujan, mis peleillas en clase con Nuria, y Alejandra, mi canaria, a la que no cambiaría ni por todas las chocolatinas que me da. Nuestras risas, nuestras charlas, las veces que nos hemos quedado a comer en la sala del microondas, los trabajos que se hacen más amenos a vuestro lado, las caras de Andrea viendo Verano 1993, y muchas muchas cosas más. Gracias chicas por ayudarme a evadirme de la realidad en muchos momentos. Gracias por ser cada una a vuestra manera.
Y mucha gente de clase que también es maravillosa y con la que comparto muchos momentos.
No sé qué hubiera pasado si estuviese en otro lugar pero no me imagino mi día a día sin Andrea, María R, Luna, Nuria, Alejandra, Alicia, Lory y María C. Tampoco sin la gente que me encuentro al llegar al piso después de un día tan largo jugando a la Wii o en el sofá teniendo alguna charla interesante.
Hace seis meses empecé a plantearme y a cuestionarme muchas cosas, demasiadas diría yo, a la par que hacía turismo por Granada, visitaba por enésima vez el Palacio de Carlos V porque no había entradas para la Alhambra y a nosotros que se nos olvidaba siempre pedirlas con antelación, bajando al centro y terminar siempre en la tienda de los batidos, perdiéndome con el autobús y terminar a las 11 de la noche muy muy lejos de casa y no saber qué hacer porque el bus ha terminado su ruta, descubrir lugares mágicos como el Bohemian Café, yendo de tapas, riéndome de la vida y de mi misma, ya que estamos.
Me sigo preguntando qué hubiera pasado si hubiera estudiado más cerca de casa, más cerca de lo que esa chica con 18 que cogió la maleta conocía, pero no cambiaría por nada las experiencias y la gente que llevo en mi corazón desde hace seis meses. Ya me lo dirá el tiempo si lo he hecho bien o me he equivocado aunque una cosa sé segura: todo lo que he aprendido estos seis meses nada ni nadie me lo va a quitar.
Desde hace seis meses veo las puestas de sol granadinas desde un séptimo piso de tantos que hay en Cartuja, echando de menos mi tierra, mi gente, los brazos de quien me quiere, los besos que me saben a agua de mar, deseándo que ojalá estuvieran más cerca de mí, pero tampoco lo cambiaría por nada.
Hace seis meses no sabía nada de la vida. Ahora tampoco pero vamos tirando. Hace seis meses me llené la cabeza de pájaros, me líe la manta a la cabeza y me dije a mi misma que todo iría bien.
No sabía que aunque intentara autoconvencerme los días no pasarían tan rápido como quería y nunca he llorado tanto como el primer mes que estuve separada de todo lo que conocía hasta entonces.
Crees ser valiente por irte fuera de casa al empezar la universidad, y en parte lo eres porque has conseguido dar el paso: una vez que te empujan al vacío ya no hay vuelta atrás. Y de repente estás en Granada, empezando una carrera, preguntándote todo el tiempo si has hecho bien, si te has ido muy lejos, preguntándote qué hubiera pasado si te hubieras quedado más cerca. Pero todas las preguntas que te haces son en vano porque ya no puedes hacer nada y vivirás siempre con la duda y el paso del tiempo me dirá si me equivoqué en la decisión que tomé aquel día.
Hace seis meses era un cría con muchos sueños y muchas ideas en la cabeza, insegura, con miedo. Hoy sigo siendo esa cría con los mismos sueños y las mismas ideas, igual de insegura pero con menos miedo.
Hace seis meses me topé con la realidad que derivó de mis actos y me di cuenta que estaba sola y las castañas me las tenía que sacar yo del fuego. Granada tiene mucha Historia y yo tenía que empezar a tejer la mía.
Llegué a Granada un sábado 9 de septiembre. Había dormido una hora y media aquella noche y cuando llegué a la gran ciudad no encontraba nada en mi interior. Estaba vacía. Me sentía como si me lo hubieran arrancado todo y me echaba la culpa de muchas cosas. Cuando me instalé en mi nueva habitación me tumbé en la cama y empecé a llorar abrazada a una prenda que me traía demasiados recuerdos de una persona. Y no sabía que se podía llorar tanto por alguien a quien ese mes iba a echar tantísimo de menos. Y lloré. Y me quedé durmiendo.
Mis padres se fueron al día siguiente por la tarde, domingo 10, y los abracé como si no los fuera a ver en mucho tiempo, y era solo un mes. Me asomé al balcón del séptimo para despedirme de ellos y seguí el coche con la mirada mientras se alejaba por las calles granadinas. Me abracé a Jesús y empecé a llorar otra vez. Septiembre fue terrible. Llovió poco pero mis ojos no lo veían igual.
Cada uno se toma las cosas a su manera. Yo me encerré en mí misma. No tenía ganas de nada y pensaba que nadie me comprendía. No sé si hice bien o mal. Tampoco sabía hacer otra cosa. Granada era una ciudad muy grande y a mí me daba vértigo. Poco a poco me hicieron ver que la caída no duele tanto si tienes un hombro en el que llorar, si te sacan sonrisas, si te dan conversación, si te hacen olvidarte un momento de esa oscuridad tan negra en la que creías estar.
Hace seis meses Jesús y yo deslizamos un papel por la puerta del 7ºC para decirle Bárbara que por qué no salía a dar una vuelta con nosotros. Desde hace seis meses Bárbara vive casi en nuestro piso, siempre está allí y, no se lo digáis, pero a mí me encanta verla por allí todos los días. Siempre tiene una sonrisa para regalarte y un abrazo, que siempre viene bien. Y ganas de hablar, muuuuchas ganas de hablar de todo. Y yo en mi silla del escritorio y ella en la silla que hay al lado y ya nos podemos pasar así toda la tarde; yo haciendo que estudio, ella que mira por la ventana, y entre medias intentamos arreglar el país. Gracias Bárbara.
Hace seis meses Jesús y yo conocimos a Adrián y a Jose, nuestros compañeros de piso. Un poco cabrones, todo se diga, porque un día de esto me dará un infarto de tanto susto que me dan pero los tengo que querer porque, aunque seamos un poco desastres la mayor parte del tiempo en todo, funcionamos bien y nos llevamos bien que es lo importante.
Hace seis meses conocí en la universidad a mucha gente maravillosa, y me alegro muchísimo por ello. No soy un ser sociable al principio pero cuando me dan confianza lo soy demasiado. Alejandra me dijo que al principio parecía un poco antipática. Yo. Cualquiera lo diría. Tengo la suerte de tener un grupo de amigas la mar de majas todas ellas: las risas con Andrea a todas horas y sus conversaciones sobre motos con María C, los "ya viene Alicia con el café" por las mañanas, los ratos que me paso en clase viendo como Lory, Luna y María R dibujan, mis peleillas en clase con Nuria, y Alejandra, mi canaria, a la que no cambiaría ni por todas las chocolatinas que me da. Nuestras risas, nuestras charlas, las veces que nos hemos quedado a comer en la sala del microondas, los trabajos que se hacen más amenos a vuestro lado, las caras de Andrea viendo Verano 1993, y muchas muchas cosas más. Gracias chicas por ayudarme a evadirme de la realidad en muchos momentos. Gracias por ser cada una a vuestra manera.
Y mucha gente de clase que también es maravillosa y con la que comparto muchos momentos.
No sé qué hubiera pasado si estuviese en otro lugar pero no me imagino mi día a día sin Andrea, María R, Luna, Nuria, Alejandra, Alicia, Lory y María C. Tampoco sin la gente que me encuentro al llegar al piso después de un día tan largo jugando a la Wii o en el sofá teniendo alguna charla interesante.
Hace seis meses empecé a plantearme y a cuestionarme muchas cosas, demasiadas diría yo, a la par que hacía turismo por Granada, visitaba por enésima vez el Palacio de Carlos V porque no había entradas para la Alhambra y a nosotros que se nos olvidaba siempre pedirlas con antelación, bajando al centro y terminar siempre en la tienda de los batidos, perdiéndome con el autobús y terminar a las 11 de la noche muy muy lejos de casa y no saber qué hacer porque el bus ha terminado su ruta, descubrir lugares mágicos como el Bohemian Café, yendo de tapas, riéndome de la vida y de mi misma, ya que estamos.
Me sigo preguntando qué hubiera pasado si hubiera estudiado más cerca de casa, más cerca de lo que esa chica con 18 que cogió la maleta conocía, pero no cambiaría por nada las experiencias y la gente que llevo en mi corazón desde hace seis meses. Ya me lo dirá el tiempo si lo he hecho bien o me he equivocado aunque una cosa sé segura: todo lo que he aprendido estos seis meses nada ni nadie me lo va a quitar.
Desde hace seis meses veo las puestas de sol granadinas desde un séptimo piso de tantos que hay en Cartuja, echando de menos mi tierra, mi gente, los brazos de quien me quiere, los besos que me saben a agua de mar, deseándo que ojalá estuvieran más cerca de mí, pero tampoco lo cambiaría por nada.
Hola Judit:acabo de entrar en tu blog, después de mucho tiempo ( mal hecho por mi parte por no hacerlo más a menudo) y me he encontrado con este escrito. No he podido más que emocionarme al leerlo y captar los sentimientos y las vivencias que has experimentado en tu nueva etapa. Te diré también que se me ha soltado alguna lágrima. Eres muy grande. Un abrazo. Alberto.
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