Martes con lluvia
He levantado la persiana y he visto cómo caía la lluvia sobre Cartuja.
Lo primero que he pensado es que ojalá haberme levantado contigo con la lluvia de fondo. Y acostarme. Que se nos pegaran las sábanas y tus besos de por medio haciendo de despertador, arrancando la pereza de cuajo.
Lo segundo que he pensado es que vaya mierda de día, que iría cargada con la mochila, con la comida y con el paraguas hasta la facultad y que hoy, que es martes, llegaría más tarde a casa. El martes es el peor día de la semana. Ya ves, está lloviendo. Y además es martes y 13.
Al final he salido de casa sin el paraguas y con los bolsillos de la chaqueta pillados con la cremallera. Ya ves, desastre de día y de persona. Y en la parada del bus se ha puesto a llover. Y yo sin paraguas. Y el bus que no viene. Hoy tampoco coincidiré con Alejandra, como de costumbre, pero luego llegará a clase con una sonrisa, como siempre.
Aunque, la verdad, me gustan más los martes que los lunes porque los martes están más cerca de coger el autobús los viernes cada dos semanas. A veces cada semana. Los martes están más cerca ir a la estación y ver a gente llorando, con la lluvia en sus corazones, besos de por medio en la mejilla, en los labios, besos tiernos en la frente y abrazos calurosos, de estos que van a durar mucho tiempo en la piel. Ya ves, de ver despedidas. Y encuentros.
Y aunque esté lloviendo, los martes saben a tus besos y están más cercas tus brazos y sale el sol por una esquina y me acaricia el rostro con los rayos del sol.
Y aunque esté lloviendo, los martes cierro los ojos, huele a tierra mojada, y estoy cerca de ti.
Lo primero que he pensado es que ojalá haberme levantado contigo con la lluvia de fondo. Y acostarme. Que se nos pegaran las sábanas y tus besos de por medio haciendo de despertador, arrancando la pereza de cuajo.
Lo segundo que he pensado es que vaya mierda de día, que iría cargada con la mochila, con la comida y con el paraguas hasta la facultad y que hoy, que es martes, llegaría más tarde a casa. El martes es el peor día de la semana. Ya ves, está lloviendo. Y además es martes y 13.
Al final he salido de casa sin el paraguas y con los bolsillos de la chaqueta pillados con la cremallera. Ya ves, desastre de día y de persona. Y en la parada del bus se ha puesto a llover. Y yo sin paraguas. Y el bus que no viene. Hoy tampoco coincidiré con Alejandra, como de costumbre, pero luego llegará a clase con una sonrisa, como siempre.
Aunque, la verdad, me gustan más los martes que los lunes porque los martes están más cerca de coger el autobús los viernes cada dos semanas. A veces cada semana. Los martes están más cerca ir a la estación y ver a gente llorando, con la lluvia en sus corazones, besos de por medio en la mejilla, en los labios, besos tiernos en la frente y abrazos calurosos, de estos que van a durar mucho tiempo en la piel. Ya ves, de ver despedidas. Y encuentros.
Y aunque esté lloviendo, los martes saben a tus besos y están más cercas tus brazos y sale el sol por una esquina y me acaricia el rostro con los rayos del sol.
Y aunque esté lloviendo, los martes cierro los ojos, huele a tierra mojada, y estoy cerca de ti.
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