En la estación

Estaba acostumbrada a ser a la que dejan y no la que deja en una estación. Siempre he sido yo la que ha subido los escalones del autobús y ha mirado por la ventana buscando entre la multitud los rostros familiares que se quedaban en tierra. Siempre he sido yo la que ha corrido para coger un tren y después otro. Estaba acostumbrada a irme y siempre he pensado que era la parte más difícil.
Pero la verdad es que quedarse abajo, de pie en la estación, viendo como se va una parte de ti duele también.
He pasado muchas horas muertas mirando por la ventana cómo las estaciones vestían y desvestían  los campos de Almería y Granada. Intentaba leer o ver alguna película pero nunca me podía concentrar. Tenía la mente en lo que dejaba atrás o lo que estaba por venir así que miraba por la ventana, muchas veces intentando ahogar las lágrimas mientras ellas me ahogaban a mí, y otras muchas imaginando, como siempre. Intentaba distraerme con la gente a mi alrededor. Me preguntaba dónde iban, de dónde venían, si alguien les esperaría con las mismas ganas que a mí.
He visto muchas veces a mis padres buscándome en las ventanas del autobús para verme una última vez, he visto desde arriba como les ha caído alguna lágrima  y yo, aunque con un nudo en la garganta, solo pensaba que en un par de semanas estaría de vuelta, entonces me recibirían con una sonrisa y un par de abrazos. Volver a tocar sus brazos ya era (y es) sentirme en casa.
Menos mal que él no vino nunca a despedirme en la estación. Siempre nos hemos despedido antes mientras nos susurrábamos que pronto estaría de vuelta,que se pasaría rápido, que pronto nos veríamos. Sabía que ese "pronto" se me haría eterno y, yo no quería, pero las lágrimas se adelantaban a las palabras de despedida. Cuando llegaba el momento de decirle hasta pronto siempre me desbordaba, y me ahogaba con todos los "no quiero irme" que nunca dije en voz alta. ¿Cómo te despides de ese corazón que late al mismo ritmo que el tuyo? Nunca vino a despedirme, y lo agradezco, porque, en cierto modo, nunca me hubiese subido al tren, una mitad de mí se hubiese comportado como una niña pequeña que pelearía por quedarse en sus brazos deseando no separarse nunca.
Fue él quien se subió a un tren el otro día. Había venido a pasar el fin de semana conmigo y nos veríamos otra vez en un par de días, los dos lo sabíamos, pero ver cómo el tren se alejaba y él también, dolía.
He estado en los dos lados. A ambos lados de la ventana. Con las mismas ganas de quedarme. Desde que me fui una vez para no volver en un tiempo a casa asocio las estaciones con sitios tristes. Son grises.
Pero a veces dejan entrar un poco de luz. A veces también son sitios cálidos, de reencuentro, de sonrisas. De alegría al fin y al cabo. Pero perdonad si ahora no las veo así y las estaciones me dan frío. He recordado lo duro que era partir y decir adiós. Pero supongo que será un sentimiento transitorio, como los trenes y los autobuses, hasta que vuelva a casa, tras llegar a la estación, en los brazos de alguien.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Reseña: La lengua de las mariposas

Reseña: La vida en rosa

Dándole color a la vida